Elegir: un acto supremo de ética
Hacerse el tonto, o serlo, ante un proceso histórico de electoral es, por lo menos, una irresponsabilidad costosa. Puede uno estar mal informado o sub informado, puede tener impresiones erróneas e incluso suposiciones falsas, lo que no puede hacer es mantenerlas intactas hasta el límite de votar con ignorancia, subjetivismo, dogmatismo o capricho. Eso siempre sale mal.
No se vota con desparpajo, no es racional suponer que todos pueden votar lo que se les de la gana. En un proceso electoral, la decisión no es obra de un “libre de opinar” al amparo del individualismo. En materia de elecciones vivimos bajo el imperio de un torrente de operaciones ideológicas pagadas por el “más fuerte” en forma de campañas ofensivas, groseras y ultrajantes que ponen en riesgo las vidas de las personas y de sus pueblos.
No se puede votar irresponsablemente si se pone en riesgo la vida, el bienestar, la salud, la integridad o los derechos humanos fundamentales… si se miente, se calumnia, se injuria… no se puede votar a cualquier costo, con cualquier pretexto.
No importa lo creativo que sea el publicista o sus expertos, para hacer pasar por simpático un voto no razonado, un voto desinformado, un voto despegado de las necesidades colectivas. Quien vota irresponsablemente puede herir severamente a la historia. Basta ver lo que ocurre en Argentina. Los votos no pueden ser jamás reductos delincuenciales ni salvoconducto para cualquier barbaridad legalizada.
No importa lo que vendan los mercaderes electorales ni los “periodistas” mercachifles que se despachan deyectando epítetos venenosos a diestras y siniestras, que no respetan de los votos su integridad humana, su dignidad y honra. Nuestros pueblos no pueden ser presa del palabrerío barato desplegado para envenenar a los votos con todo género de limitaciones y desfiguraciones. Aquí no hay ingenuos.
No hacerse tonto con los votos implica que sepamos vivir la vida con ética. Sin robar, sin mentir, sin matar, sin explotar a otros y sin hacer de la infelicidad de las mayorías un bienestar de pocos. Vivir la ética como teoría o ciencia del comportamiento moral en sociedad. Dar a nuestras relaciones humanas la dimensión social de la moralidad para que los valores y normas éticas emerjan y se desarrollen colectivamente, dentro de un contexto de comunidad e histórico de igualdad.
Esta idea de ética afirma que no es sólo un saber sobre la moral sino que es una guía de la conducta humana para optar siempre por lo moralmente correcto y actuar contra lo incorrecto, abrazar lo bueno y repudiar lo malo, de la mano de la comunidad y entendiendo el contexto histórico.
En los votos se profundiza la responsabilidad ética porque resalta la interrelación entre la moral y la estructura social. Porque pone al desnudo la dimensión social de la moral que no puede ser entendida fuera del contexto social e histórico en el que se desarrolla. En el acto de votar los valores y normas morales se expresan como productos de las relaciones sociales y evolucionan conforme se transforma la sociedad para bien o para mal.
El voto es una praxis ética. No es teoría abstracta, sino que está íntimamente ligado a la acción que interviene en la realidad, es decir, a la acción transformadora. La ética se convierte en una guía para la acción práctica de votar y todo lo que ello implique para la emancipación humana y la justicia social.
“El comportamiento moral es, ante todo, un comportamiento social: es decir, un comportamiento que se realiza en el marco de determinadas relaciones sociales y en función de determinados intereses y valores históricos. En consecuencia, la ética como teoría de la moral no puede ser una reflexión abstracta y formal sobre normas de conducta universalmente válidas, sino que debe ser una teoría que considere las condiciones históricas y sociales concretas en que esas normas surgen, se desarrollan y se transforman”. (Adolfo Sánchez Vázquez)
No nos acostumbremos a que el voto sufra toda clase de canalladas, de la basura ideológica que se descarga contra los pueblos sólo porque no les gusta lo que hacen o lo que piensan. No nos acostumbremos al despliegue de sus medios, sus farándulas o sus máquinas de guerra psicológica.
Hay que presentar un debate serio, con los votos como argumentación fundada en razonamientos consensuados y apoyos documentales. Con los votos con método, con marcos de referencia científicos, jurídicos y políticos. Con los votos como tribunales, foros, academias especializadas, principalmente, en lucha suficiente para que sean escuchados en cantidad y en calidad.
Todo el que vota debe ser consciente de la responsabilidad ética que implica lo que vota. Tal responsabilidad ética implica, también, interpelar a la democracia burguesa, en el marco de una advertencia aceptable para el desarrollo de un debate o de una contienda electoral entre enfoques o intereses opuestos.
Incluso para votar críticamente, existen marcos éticos que, en medio de razones adversas, fijan límites y norman conductas serias y no traiciones. Especialmente fijan responsabilidades electorales para los dichos y para los hechos. No se puede votar cualquier cosa por más fanáticos de la “libre expresión” que alguien se crea o se proclame.
No es aceptable votar cualquier irracionalidad y menos aceptable es su defensa desvergonzada. Aunque se tengan títulos o licencias. Aunque se digan en tono “culto” o con histrionismo de erudito. Es imperativo sostener el voto ético con mucha firmeza en este terreno.
Nos han intoxicado el campo moral del voto, sus vínculos con la moral y el bien social, y es indispensable “velar armas” para entrenar inteligencias, saberes, convicciones, principios y luchas que no regalen su voto y lo vuelvan acto supremo de la democracia desde abajo. Permitir que nos lo corrompan nos condena al silencio y nos reduce a espectadores de la estulticia.
No se trata de prohibir o imponer las ideas ni el derecho a sostenerlas libremente, de lo que se trata es de asegurarse de que tales ideas no deambulen impúdicamente en los territorios del engaño profesional ni las “fake news” para infligir más penurias a los más débiles, ni más opresión a los históricamente oprimidos. Por eso el voto es una oportunidad ética.