27 de febrero: Día Nacional de la Insurgencia Popular
Por Alí Ramón Rojas Olaya
El Guarenazo
En los albores de los años noventa conocí a una mujer llamada Joaquina que me contó una historia ocurrida en Guarenas que me estremeció. Era la noche del 26 de febrero de 1989. Joaquina se debatía entre la desesperanza y el infortunio. El llanto de los hijos y el de ella misma, la intranquilizaban. No habían comido en todo el día. El patrón de la fábrica donde trabaja en La Yaguara la explotaba diariamente de tal forma que, al llegar a su rancho, de ella sólo quedaba un cuerpo exprimido. El hambre carcomía sus entrañas cual alimaña posándose en la pobreza crítica. Esta mujer es la síntesis implacable y auténtica de la gente bella que poblaba la Venezuela que comenzó a desdibujarse con la Cosiata y que parecía haber alcanzado su punto máximo convertida en el pez que fuma. Una Venezuela acostumbrada a padecer, a soportar la tortura eternizada en la demora de un plato de sobras, preñada de niños que atesoraban basura aderezada entre perros.
Ya era de madrugada. Joaquina arrancaba la hojita vieja al almanaque pegado en el clavito de la pared de la cocina. Era 27 de febrero. Se acostó acurrucada porque pensaba en una arepa, un pancito, alguito que comer. Entre una y una y media, los niños dormían junto a su madre. El más pequeño estaba soñando. Sonreía y colocaba los labios como si estuviese succionando. Quizás recordaba la época en que ella lo amamantaba. Los otros dos se levantaban abruptamente: el hambre interrumpía el sueño que, convertido en furia, roía sin piedad el sosiego nocturnal. Joaquina, en su rancho de Guarenas se levantó a las 2 en punto a orinar, luego contempló por unos instantes a sus hijos e intentó sumergirse en el sopor en el que inquietos nadaban sus niños.
Trató de recordar si en algún lugar quedaba una latica de sardinas, algún tomate, un pedacito de pan viejo, algo, y nada, recuerdó por enésima vez que ya había supervisado cuanto recoveco existía. Eran las 4 de la madrugada. Los niños dormían tranquilos porque vencieron el hambre. Ella fue al baño, se vio en el espejo, se echó agua en la cara. Exprimió el dentífrico hasta que logró sacarle un chorrito escuálido. Lo colocó en el cepillo. Lo barrió por sus dientes. Escupió el agua blanquecina. Se puso el pantalón, la blusa, revisó su cartera, besó a sus hijos. En lo que salió, le pidió a la vecina que despertara a los muchachos a las seis para que vayan a la escuela. Lo que no sabía Joaquina es que una noticia terrible la esperaba en la parada de busetas: subieron los precios del pasaje.
El 27 de febrero de 1854
El 27 de febrero de 1854, Simón Rodríguez manda a llamar al cura de Amotape. Sobre esto narra Camilo Gómez: “Don Simón, tan luego lo vio, se incorporó en la cama, hizo que el cura se acomodara en la única silla que había, y comenzó a hablar algo así como una disertación materialista. Recuerdo que manifestaba al cura que no tenía más religión que la que había jurado en el Monte Sacro con su discípulo”. El día siguiente, Simón Rodríguez parte a la inmortalidad poco después de las once de la noche. El acta de defunción dice: “Año del Señor de mil ochocientos cincuenta y cuatro, a primero de marzo, yo don Santiago Sánchez, presbítero, cura propio de la parroquia de San Nicolás de Amotape: en su santa iglesia di sepultura eclesiástica al cuerpo difunto de don Simón Rodríguez, casta de español, como de edad de noventa años al parecer, el que se confesó en su entero conocimiento y dijo, fue casado dos veces y que era hijo de Caracas, y la última mujer finada se llamó Manuela Gómez, hija de Bolivia, y que sólo dejaba un hijo que se llama José Rodríguez; éste recibió todos los santos sacramentos y se enterró de mayor”.
El 27 de febrero de 1989
El martes 4 de febrero de 1992, el pueblo conoció al comandante Chávez como parte de un grupo de militares y civiles que ejecutó un intento de golpe de Estado en Venezuela contra el entonces presidente constitucional Carlos Andrés Pérez quien había lanzado por órdenes del Fondo Monetario Internacional el programa económico de Miguel Rodríguez, su jefe de Cordiplan y presidente del BCV. Ese economista, después de hacer una maestría en la Universidad de Yale y doctorarse en la Universidad de Harvard, regresó en 1985 para trabajar en el Instituto de Estudios Superiores de Administración (Iesa). Publicó el artículo “Mitos y realidades del endeudamiento externo de Venezuela”, que lo catapultó como hombre clave.
Ese “genio de la economía” escribió el programa “El gran viraje”, en el que hilvanó una serie de ajustes económicos neoliberales para refinanciar la deuda externa. Los resultados los vaticinó Simón Rodríguez: “El hambre convierte los crímenes en actos de virtud”. El 27 de febrero de 1989 se inició en Guarenas lo que conocemos como el Caracazo, que arrojó más de tres mil muertos. Tras esa traba popular, Pérez lo conmina a reajustarlo. Las secuelas nos las facilita Hernán Méndez Castellano, de Fundacredesa. Para 1993, 1,07% de la población vivía en la opulencia (cuatro mil familias) y 7,09% vivía en relativo confort (15 mil familias). La clase media venezolana se redujo a 13,6%. 37,6% conformaban la clase obrera (cerca de siete millones). 40,64% (ocho millones) era marginal. Para 1995, de 21.332.515 habitantes, 81,58% se hallaba en situación de pobreza, de la cual 41,75%, es decir, más de nueve millones padecían miseria, entre ellos unos cuatro millones de niños sin hogar o escuela o con severos cuadros de desnutrición.
Detrás de cada número se esconde un dolor. Miguel Rodríguez había logrado el objetivo de su paquete: enriquecer más a la oligarquía.
Paredes para Rodríguez
El golpe no tuvo éxito. El comandante Chávez se hizo responsable y cual Libertador del Siglo XXI, el 4 de febrero de 1992 encarnó a toda la gente que va con la esperanza en la mano.
El 28 de febrero de 2021 tuve la fortuna de ser entrevistado por la profesora Cristina González en el programa Esto es lo que hay que transmite el canal informativo de la Radio Nacional de Venezuela. Nos llovieron comentarios desde Nápoles, Panamá, Valle Guanape y demás geografías. Cristina tuvo una idea formidable: llenar de máximas rodrigueanas las paredes de Venezuela.
Su vigencia es indiscutible: En 1828 dice: “Bueno es que el hombre tenga, pero primero pan que otra cosa”. En 1834 hace un análisis de su tiempo: “En el país de la abundancia ha llegado a hacerse sentir la escasez”. Rodríguez crea la Educación Popular bajo dos premisas: dedicación a ejercicios útiles y aspiración fundada a la propiedad. La primera es “instruir, y acostumbrar al trabajo, para hacer hombres útiles”. Para la segunda premisa se hacía necesario “asignarles tierras y auxiliarlos en su establecimiento”.
¿Se imaginan qué bueno sería leer en las paredes frases como: “La enfermedad del siglo es una sed insaciable de riqueza”, “El bien común es económico y no hay más que un bien común”, “Dejémosle a nuestros hijos luces en lugar de caudales”, “La ignorancia es más de temer que la pobreza” y “Vinimos al mundo a entreayudarnos, no a entredestruirnos?
Después del 4 de febrero de 1992, el comandante Chávez no hizo otra cosa que enseñarle al pueblo quién es Simón Rodríguez y emprender la tarea del rodrigueano Kléber Ramírez Rojas, su maestro y líder insurreccional, “producir alimentos, ciencia y dignidad” y construir para el pueblo caminos de libertad, justicia, grandeza y hermosura.
Desde esta tribuna, proponemos que el 27 de febrero sea declarado Día Nacional de la Insurgencia Popular.